domingo, 22 de junio de 2014

El miedo

No era la primera, ni la segunda, ni la quinta vez que una persona me recomendaba ese libro, pero nunca parecía que me fuera a apetecer.

Fue necesario un vuelo de diez horas de duración, y un tremendo “con qué me entretengo yo ahora”, para coger el libro que llevaba mi novio encima y leérmelo mientras el resto de los pasajeros disfrutaba del sueño que me esquivaba a mí.

Me encantó, lo devoré.

 Fue una forma distinta de ver la situación del mundo, en un hipotético caso de destrucción, y los consiguientes cambios irremediables en política, geografía y cultura.

No os voy a contar lo que dice el libro, ni qué libro es, porque no me pagan por publicitar (ojalá), pero sí os voy a comentar una idea que me encantó por lo dura y real que me pareció.

El miedo vende.

Así es. El miedo.

Miedo a no tener algo, miedo de quedarnos atrás con respecto a los demás, miedo de ser distinto.

Miedo a ser juzgados.

Nos planteaba preguntas tan simples como “¿te compras comida para llenar la nevera por necesidad o por miedo a que te falte algo en una circunstancia especial?” “¿compras siete camisetas iguales pero de distinto color por necesidad o por miedo a que te vean repetir de modelo?” “¿aceptas a todos en Facebook porque te caen bien o por miedo a que te juzguen de antisocial o borde?”.

Entiendo que puede valorarse cierta demagogia en algunas de estas preguntas, o incluso escepticismo.

Pero no nos engañemos.

Estamos controlados por nuestras emociones, y no hay emoción más experimentada que el miedo. Sentimos miedo a diario.

Desde miedo a perder el bus a miedo por quedarnos sin batería en el móvil.

¿Es bueno entonces el miedo? ¿Es necesario? ¿Deberíamos hacer algo para cambiar esto?

Como defensora absoluta de la expresión emocional no creo que debiéramos reprimirlo, pero si transformarlo.

No podemos evitar sentir miedo al enfrentarnos a las circunstancias de la vida, pero podemos convertirlo en algo positivo. Debemos dejar de tener miedo a ser juzgados y empezar a tener miedo de no ser mejores personas para con los demás.

Hay que tener miedo de que se nos olvide invitar a desayunar al mendigo que hay en la puerta de una iglesia, o tener miedo de olvidarnos sujetar la puerta a la anciana que viene detrás caminando.

Tener miedo a no dar ejemplo y a no convertirnos en alguien que sea indispensable para la sociedad generosa que debemos crear.


Vamos a por ello, miedicas. 

jueves, 3 de abril de 2014

informe PISA

Patrañas.

Patrañas y más patrañas.

Qué aburridos son los informes PISA. Siempre somos fatales. La juventud española es fatal. No sabe hacer nada. Por dios, jóvenes españoles, ¡haced algo bien de una vez, por favor!

 Je-sus, criaturas, que ya no es que seáis los últimos en matemáticas y comprensión lectora, es que sois los últimos en la resolución de actividades cotidianas.

VERGÜENZA DEBERÍA DAROS.

Pero a vosotros, no a vuestros mayores. Ellos no tienen nada que ver con vuestra formación y solo os señalan con el dedo (que, por cierto, ellos os enseñaron que es de mala educación usarlo para señalar) mientras leen que habéis suspendido en cosas tan básicas como leer un mapa.



Igual ninguno de esos mayores se ha planteado que sois generación tecnológica y que ellos han motivado que seáis autónomos con máquinas y no con papeles. Igual tampoco se han planteado que os habéis criado con GPS, y a ningún adulto le ha parecido mal hasta que un p**o informe ha dicho lo contrario.

Espero por vuestro bien que el próximo año no evalúen vuestra capacidad para cavar zanjas o extraer carbón, porque vais bastante mal.

Así que a ver, que me aclare: en los colegios estamos metiendo pizarras digitales en las aulas, más horas de informática, ordenadores portátiles en vez de libros de texto… y echamos en cara a los alumnos que no se manejan con material no virtual.

Entiendo.

Este tipo de informes me hacen plantearme si realmente buscamos mejorar o creen que menospreciando conseguiremos motivar. Quiero creer que, para esta gente tan cultivada y llena de conocimientos, el menosprecio se valora como algo que aumenta en los chavales su capacidad de auto-superación, porque no entendería el resultado del informe entonces, la verdad.

¿La culpa de suspender en este aspecto es de los jóvenes? ¿De verdad?

Por favor, señores, un poco menos de soberbia.



miércoles, 26 de marzo de 2014

Un millón

Igual no me lee nadie. Igual escribo y va todo a saco roto. Pero qué liberada me siento cuando lo hago.

Sobre todo cuando me enfado.

Porque no es para menos. Menudo panorama social, ¿eh? De mal en peor. O igual soy yo que estoy anticuada en esto de la información periodística, porque yo creía que no hay dinero para impulsar la economía, ni la educación, ni ayudar a la gente que lo está pasando mal.

Igual estoy anticuada porque he leído que van a cambiar el nombre del aeropuerto (eternamente Barajas, esto es así. Se llama costumbre)  y eso costará un millón de euros.

Un millón.

Igual los de UGT con un millón de euros solo se pagan cinco comidas de empresa, pero con un millón de euros se pueden hacer muchísimas cosas. Más que muchísimas.

Pero lo importante es cambiar el nombre del aeropuerto de Madrid.

Que nadie piense que soy una “anti Suárez” o alguna tontada así. Soy consciente de su papel en este país, pero no creo que gastar ese dineral para honrar su memoria sea lo más coherente ahora mismo.

Que instauren el "día mundial del presidente de la democracia española" o algo así, pero que se den prisa porque está de moda lo de los “días mundiales” y ya no deben de quedar más que unos 23 días sin pillar.

Pero oye, ¿que los gobernantes tienen ganas de colgarse galones y creen que con esto lo van a conseguir? 
Pues no seré yo quien diga nada. Porque aunque lo dijera no iban a hacerme caso. No me muevo en sus ambientes de enchufe y corrupción y eso cierra puertas.

 Culpa mía.

No se cómo se llamará dentro de unos años el metro, o si habrá un nombre oficial para las fruterías nacionales o si Justin Bieber será nombrado hijo predilecto de algún pueblo manchego.


Yo solo espero que la coherencia se imponga y pensemos antes en los que siguen aquí que en los que, tristemente, nos han dejado.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Mi convivencia vecinal

Yo no era muy consciente de lo que es vivir en comunidad.

Siempre he vivido en piso, pero la responsabilidad de aguantar al resto de los vecinos era de mis padres. 

Eran los adultos. Los pringaos.

 Yo vivía feliz y ajena a lo que supone compartir un bloque de pisos. No pensaba rodearme con gente que no es ni remotamente parecida a mí, y que encima tiene ganas de “jarana”.

Pero la vida da muchas vueltas.

Yo me independicé -que pesada Sara, eso ya lo saben- y desde entonces he pasado a ser del club de los pringaos. De los que tienen que convivir. De los que no les vale vivir cerca de otros, sino que encima hay que aguantarlos.

Mi bloque es muy cuqui y por cuqui me refiero a pequeño. Creo que debo de bajar la media de edad en unos sesenta y cuatro años. Pero eso no impide que los vecinos quieran comunicarse.



Os voy a contar los rasgos más característicos de mis vecinos.


El vecino porrero: vive unos pisos por debajo de mí (eso seguro porque yo vivo en el último piso), aunque no se exactamente dónde. Eso no me impide, cada vez que abren la puerta de su casa, experimentar cómo el olor a porro impregna todo el bloque. No os miento si os cuento que cogiendo el ascensor más de una vez me he colocado.
Y amigos míos también.
No es del todo un incordio, que hay días que con el colocón te olvidas de tus problemas, pero entra en la lista de mis vecinos peculiares.

La “malfo”: o “pocofo” o “hacemuchoquenofo” porque ya tiene una edad. Esta  mujer centra su vida de dar por saco. Como yo soy la novedad, pues se ha decantado por mí. 
Decidió contar a los vecinos que soy una golfa y una porrera. SIN PRUEBAS. Digo yo, que si me acusa de algo, al menos que tenga datos para contrastar.
Que no digo que sea nada de eso, Dios me libre de ganarme la vida de mala manera, pero el perjurio es pecado y esta señora está más cerca del otro barrio que de este.
Lo que me consuela es que no es solo conmigo y que está de juicios con otros tres vecinos.
Toma ya.
Unos viejos pasan el día sentados en el parque, otros mirando las obras, y esta de juicio en juicio.
Menos mal que no vive sobre mí, que tiene fama de echar lejía a la ropa tendida de los demás.

La pareja cotilla: dignos abuelitos pegados a la mirilla de su puerta esperando  oír o risas, o gritos. En cuanto los oyen, (ojo “cuidao”)  se acercan a la puerta en cuestión para escuchar. A saber lo que saben de cada uno de los vecinos.

La “voyeur”: empezó siendo la simpática. La que se ofrecía a hacerme un tiramisú para una fiesta, la que decía que no nos preocupásemos por la “malfo” (obviamente ese nombre no lo usaba) que está como una carraca. 
Yo bajé la guardia y fui lo más simpática que puedo ser.
Y la cagué. Vamos que si la cagué.
Da igual la hora a la que salga por la puerta de casa. Ella lo intuye, o lo oye, o tiene un aviso luminoso, el caso es que abre su puerta en bata y empieza con el interrogatorio.
Dónde vas, y por qué a estas horas, y qué bien, y a ver cuando haces otra fiesta con tus amigos.

Tengo miedo.

Los demás vecinos son para otro día, que como veis, aquí hay para dar y regalar.

Os invito a conocerles.

 Igual monto un tour en el bloque y voy puerta por puerta presentándoos a la gente. Como si fuéramos chinos y yo fuera la china guía, esa que va con la banderita en alto para que no os perdáis mientras caminamos.


Me lo estoy planteando seriamente

miércoles, 11 de septiembre de 2013

"En la parra man"

Con esto de grado, Bolonia y la madre que los parió, a todos nos pillan de nuevas los cambios. Pero, aunque solo sea porque les pagan, los profesores deberían estar más al loro.

Yo hoy, me centraré en mi querido tutor de proyecto de fin de carrera.

El nombre en clave que usaré es “en-la-parra-man”.

“En-la-parra-man” nos pidió al principio de la temporada que le mandásemos por correo un borrador con nuestro comienzo de proyecto, las ideas de las que queríamos partir.

Principio de proyecto es febrero.

Pues bien, intenté enviarle el proyecto repetidas veces. Y el correo lo denegaba. Lo intenté con las técnicas del ignorante (si aprietas treinta millones de veces el botón de enviar, llegará).

Como mi técnica infalible no funcionaba, lo imprimí y me personé en su despacho. Durante seis días. En su horario de tutoría. No estaba.

Cambié de técnica. Llamarle todos los días a horas diversas para ver si le localizaba. Un día me cogió el teléfono. Su compañero de despacho. Le dejé el siguiente recado: “dígale, por favor, que se ponga en contacto conmigo porque el correo no me deja enviarle el borrador”.

Las dos semanas siguientes mezclé todas mis técnicas. Enviar fallídamente el correo, ir a su despacho a ver si aparecía, llamadas al despacho.

Rien de rien.

Hasta que, milagros de la vida, coincidimos en su despacho.

-Hola, buenas tardes, vengo a entregarle el borrador de mi proyecto.
-No te lo cojo, llegas varias semanas tarde
-No, he intentado contactar con usted y nunca coincidíamos
-¿Ah, sí?,¿me has mandado correo?
-Sí, pero me salía como error
-¿Me has llamado al despacho?
-Sí, pero no estaba en sus horas de tutoría
- Y… ¿me lo has metido en mi buzón?
-No, porque no tiene
-Ah
-Como comprenderá no podía hacer nada si el correo no funciona, usted no me coge el teléfono y no le encuentro en el despacho
-Pues… fallo tuyo porque no has agotado todos los medios. No me lo has enviado por carta

Le miro. Miro el trabajo. Le vuelvo a mirar esperando que diga que es una broma. Dejo el trabajo en la mesa de “en-la-parra-man” y me marcho sin palabras.

Hoy, tras haber entregado el trabajo hace cuatro meses (ya tengo la nota y todo), me llama y me dice que se había olvidado de informarme de que si no subo el trabajo al correo de la universidad antes de mañana es como si no lo hubiera hecho.

Hoy me avisa.

Tengo la nota del proyecto desde el 7 de Junio.




Gracias Dios, por poner en mi camino a personas como “en-la-parra-man” y poder comprobar que les va bien en la vida y tienen familia y trabajo. Me hace ver la luz al final de mi túnel. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

A las generaciones venideras

Todos deberíamos plantearnos el legado que vamos a dejar a las generaciones futuras, cómo vamos a influir en ellas. Yo, por mi parte, dejaré por escrito lo que desearía con toda mi alma que mis hijos hicieran.

No se cómo será la vida, pero de lo que estoy segura es que seguiremos siendo emociones y sensaciones.

Como siempre digo, seguid leyendo con la canción puesta, por favor. 



A las futuras generaciones:

Respetad a vuestros mayores. Tratadles como queréis que os traten cuando lleguéis a su edad. Dejadles el asiento en el autobús, ayudadles a cruzar la calle, escuchadles pacientemente. Atesorad lo que os cuenten, está lleno de experiencia y sabiduría.

No os apeguéis a cosas materiales. Se irán, como se va todo lo que podemos tocar con las manos.
Compartid, sed generosos en actos y en palabras. Sentid que la sensación de actuar bien es muy superior a tenerlo todo.

Leed. Leed muchísimo, pero no os dejéis llevar sólo por lo novedoso. Explorad de Platón a Unamuno, de Noah Gordon a Roal Dahl. Sed cultos para poder usar la palabra como defensa ante situaciones que lo requieran.

No permitáis el miedo en los ojos de nadie, no creáis tanto en la democracia como en amar a los demás.

Luchad por los ideales que os inculcaron, porque no basta con sembrar, hemos de regar lo cultivado.

Viajad. Explorad culturas, religiones, formas de vida y costumbres, todo ello os hará tolerantes y libres.

Sonreíd mucho y a todas horas. Regalad alegría.



Valorad lo que vuestro entorno hace por vosotros, no necesariamente hay que entender lo que hacen para saber que lo hacen por nosotros.

Estudiad lo que os haga felices y no lo que os digan.

No juzguéis a nadie por su aspecto o su actitud. Aprended a convivir en un entorno diverso, respetad, pero defended vuestros valores.

No os acomodéis. Luchad siempre por mejorar.


Y lo más importante, decídselo a las generaciones que os sigan. 

sábado, 31 de agosto de 2013

Un premio Nobel

Me da lo mismo blanco que negro, hombre que mujer, joven que viejo. Un Nobel de la paz no va a la guerra. Ni amenaza con ella.

Ya basta de justificar la guerra como la forma de llegar a la calma, todos sabemos que es por intereses económicos y territoriales. Y por estúpidos enfrentamientos entre unos y otros países de los que se consideran primeras potencias mundiales.

Vergüenza tendría que darles estar vendiendo armas a los países más pobres del planeta y luego escandalizarse porque estallan guerras civiles.

¿A qué nivel de cinismo hemos llegado cuando nos creemos que podemos llegar a un sitio e imponer nuestras propias normas? ¿Qué es eso de amenazar con bombardear DURANTE TRES DÍAS una ciudad agotada de sufrir ataques de sus propios ciudadanos?

Hasta qué punto egoísta hemos llegado si lo único que nos interesa es el poder (en cualquiera de sus formas) y lo enmascaramos haciendo creer al resto de la gente que son actos de buena fe.

Y lo que más indignada me tiene… ¿por qué los países pudientes se comportan como los padres autoritarios de los países más pobres?

Claramente, algo hay que hacer para frenar esta locura de ataques químicos contra la población civil de Siria, pero la guerra no se acaba con más guerra.  El terror no finaliza asustando. 

Los países del primer mundo llegamos allí, luchamos, vencemos o no, volvemos, o nos quedamos un tiempo y defendemos. Pero el horror de la guerra se queda allí en forma de pérdidas familiares, casas derruidas, un pasado lapidado por los restos.

Se queda allí para siempre.

Luego todos nos conmovemos con la foto de los niños cabizbajos, llenos de polvo y con ropas roídas. Pero esa foto no se habría tomado de no ser porque seguimos peleando con armas y solucionando los conflictos a través de amenazas.

Uganda, Bosnia, Afganistán. Es llegar el primer mundo, marear un poco la perdiz, y dejar las cosas peor de lo que estaban. Pero eso sí, nos contentamos con pensar que la intención es lo que cuenta, ¿no?

Un Nobel de la paz no va a la guerra. Un Nobel de la paz no amenaza con atacar. Un Nobel de la paz no justifica el sufrimiento.


Un Nobel de la paz con dos dedos de frente devuelve el premio si no es coherente con él.