Porque todos hemos crecido con música navideña en estas
fechas, quiero enseñaros los villancicos que más me
animan, los que implican más recuerdos y más veces he cantado en esta vida. Porque como ya he dicho en otras ocasiones, la música acompaña los momentos de la vida, y la navidad también debe tener banda sonora.
Obviamente esta canción es una versión, pero qué pedazo de
versión, señores. Me pone de buen humor y me recuerda lo entrañables que son
estos días. Os presento la canción llamada "meli kilikimaka"
Esta es la canción
que más he cantado con mis hermanas cuando éramos pequeñas, alguna vez con
atrezzo y todo. Demos la bienvenida a Sinatra y su auténtica voz en "Santa Claus is coming to town"
Y por último, pero no por ello menos importante, un villancico en castellano, de los que hemos cantado en el colegio disfrazados de pastorcito y los que te pedían los abuelos que representaras en la cena de nochebuena. Los villancicos de toda la vida, vaya. "los peces en el río"
Pero cuando digo todo, es todo. Veo un documental sobre la
existencia de sirenas, y lo comento con una amiga intentando convencerla de la
realidad de los datos, he esperado el fin del mundo y he visto adivinos por la
tele (a horas intempestivas) a los que he querido llamar porque, “igual sí que
son adivinos y lo que pasa es que nadie en la humanidad menos yo ve la
realidad”.
Se puede considerar que soy muy impresionable, muy inocente
o incluso que soy muy niña, pero ninguna de esas palabras me representa.
Yo soy soñadora.. Me gusta interpretar lo
irreal,me ilusiono con facilidad, trato de imaginarme lo que podría ser, impresionarme con aquello que, en el
fondo, sé que es imposible. Según mi
mejor amiga “de no ser porque te rodeas de gente cuerda, ya estarías en una
secta. Eres carne de cañón"
Estoy convencida de que tiene razón.
Pero si: me creo la primera visita a la luna, creo que te
puede pasar algo si te tragas el chicle, creo en las sirenas, creo que Walt
Disney está congelado para resucitarlo, creo que la vacuna del sida se
descubrió y hay un complot para que no se sepa, no descarto los castigos que me envía el
karma, creo que las impresoras tienen un mini-cerebro lleno de maldad que
intercepta lo que queremos y hace lo contrario, me creo todas las historias de “bandas
y mafias”, me creo que los chinos cocinan de todo menos pollo y ternera y creo,
firmemente, que las peluqueras son tertulianas de Telecinco que hacen horas
extra fuera de plató.
Así soy, más feliz que una carraca y más impresionable que mi abuela viendo Avatar en 3D.
De aquellos que te gustan sin estar de moda, sin ser
trilogías y sin que se lleven al cine. Donde te imaginas a los personajes como
te da la santa gana y hablas con ellos en primera persona y les aconsejas y
regañas por su comportamiento. Los libros que te transportan allá donde vive el
protagonista, donde empatizas con sus miedos, su sufrimiento, sus amoríos y sus
momentos incómodos, los que te hacen expresar en público tu
indignación y con los que se te escapa la carcajada en pleno Metro.
No soy quién para recomendar libros, porque supongo que no
he leído tanto como para considerar lo que es bueno, malo o regular, pero de lo
que sí que puedo fardar es de tener una fabulosa biblioteca en casa de mis
padres y un magnífico lector y crítico literario (porque sí, mi padre es uno de
los tres españoles que verdaderamente se ha leído el Quijote y que encima le ha gustado), que siempre me ha prestado
libros con la firme convicción de que me iban a gustar.
Pocas veces ha fallado.
Los personajes de Noah Gordon, los mundos de Daniel Wallace
(que no es por nada, pero El rey de la
sandía no tiene nada que envidiar al famoso Big Fish), la manera de enganchar de Torcuato Luca de Tena y la
belleza literaria de Hemingway. Todo ello conocido y disfrutado gracias a tener
adultos en el entorno enamorados de la lectura.
Me atrevo pues, a recomendar un libro a aquellos que quieran
experimentar con lo que, desgraciadamente, no es un libro valorado tal y como
se merece.
Mientras tuvimos alas,
de Juan Cobos Wilkins.
como he dicho antes, no soy quién para recomendar libros, pero si algo me gusta, lo mejor que puedo hacer es procurar que los demás lo conozcan y tengan la posibilidad de disfrutarlo.
¿Donde quedan los días adolescentes
en los que te recreabas de tu “nadie me entiende” poniendo a todo volumen
canciones de Maná? Es ese pasado oscuro que todos hemos tenido, esa música que
en público jamás admitirás haber escuchado (disculpas de antemano a los que
disfruten con el grupo anteriormente nombrado, no por haberlo nombrado, sino
por que os guste, os doy mi más sincero pésame).
Volviendo al origen, esos grupos
que nos da vergüenza admitir que nos han gustado, que escuchábamos cuando
estábamos en nuestra habitación o que llevábamos en el discman y posteriormente
en una carpeta oculta en el i-pod. Yo, personalmente, le ponía otro nombre al
grupo por si alguien cogía mi reproductor, no supieran mis incómodas e íntimas inclinaciones musicales. Pues bien, de unos
años a ahora mi estilo musical se ha ido asentando, escucho el mismo tipo de música,
aquella que cuando lo necesito me activa y cuando quiero me relaja. Música generalmente
inglesa y de grupos que comienzan por “the”.
He aquí que, cuando estaba
escuchando música tranquilamente y decidí poner la opción aleatorio, surgió de la
nada la canción
Y ¡qué canción!
Me quité los cascos para ver si el
volumen era alto y los demás podían oírlo, miré a ambos lados por si había
algún conocido… y me dispuse a disfrutar de una canción digna de suicidio
colectivo. Me puse a pensar en mi pasado, en lo que hacía los días en que
escuchaba esa música, los amigos del pasado, las historias, los viajes, los
romances, las fracturas y esguinces acaecidos por hacer el subnormal más de lo
estrictamente necesario.
Cuando me quise dar cuenta estaba
sonriendo. Estoy orgullosa de ver lo geniales que son mis recuerdos y de que no
me arrepiento de nada de mi pasado.
Bueno, algún beso de menos si que podía haber
dado.
Solo espero dentro de diez años
leer esto y que me pase lo mismo, hacer recuento y balance de experiencias y
sentirme plena.
Os dejo una joya de lo que no me da
apuro escuchar en público,