No se vosotros, pero rara vez no me entra la risa cuando
estoy pasando miedo.
No me refiero al
miedo con las películas (no entiendo el placer en sufrir viendo terror en la
pantalla, no lo entiendo), sino miedo en una situación vivida, un momento en el
que tema por mi integridad física.
Me da la risa, es inevitable.
Ya os hice una pequeña mención en alguno de mis posts acerca
de la cantidad de cosas bizarras que me pasaron el verano que fui con una amiga
a Estados Unidos, así que no es de extrañar que en alguna de esas historias
pasase miedo. Y me diera la risa. Miedo a carcajadas, vaya.
Os ubico: 9 de la noche, antojo de comer guarradas, cogemos
el coche y decimos “¡Hala!, nos vamos a Wendy´s, que no lo conocemos y a ver
qué tal está”. Craso error, pues los horarios en la mitad del mundo no son los
de los españoles y a esa hora están cerrados la mitad de los sitios, si no
todos.
Damos un par de vueltas alrededor de dicho restaurante, nos
convencemos de que la luz está apagada y no hay nadie dentro ni comiendo ni
trabajando, maldecimos a todos los americanos y sus horarios y nos vamos en
busca de cualquier lugar donde nos den de cenar a las 10 de la noche.
Aparcamos, miramos a
nuestro alrededor y vamos directas como mosquitos hacia la luz del neón de “Subway”
porque “total, ahí también nos ponen de todo que no es sano”.
Entramos, y empezamos a pedir (para los que no conozcan este
sitio, puedes elegir TODO, hacer el bocadillo del pan que quieras y rellenarlo
hasta que tengas que desencajar la mandíbula para dar un mordisco minúsculo),
obviamente fue tal la abrumación al ver el tamaño de esos bocadillos, que
nosotras pedimos uno para compartir mientras nos quedamos observando a el chico
negro que estaba pidiendo después de nosotras.
Sí, se dice negro y no es racista, porque el color es negro
y el mío es blanco y es lo que toca.
Volviendo al “Subway”, el chico negrito que estaba pidiendo
estaba volviendo loca a la chica que le atendía, pedía una cosa, luego que la
quitaran, luego que la calentaran y la pusieran, luego que la quitaran y
pusieran primero una salsa…. así que, como era de esperar, mi amiga y yo muriendo de la risa tonta
porque era surrealista la situación.
¿En qué desembocó eso?
En un chico negro que empezó intentando tontear y acabó amenazándonos de
muerte porque no entendía el motivo de la risa (¿cómo explicarle que nosotras
tampoco?).
Salimos corriendo del sitio, bocata en mano, hacia el coche.
Tumbamos los asientos, cerramos con pestillo, apagamos a luz y seguimos
comiendo, a carcajada limpia y con ganas de acabar para salir corriendo hacia
casa, mientras que mi amiga encontró más gracioso aún inventarse que venía el
chico y yo, mezclaba la risa con el llanto de miedo.
¿Que podíamos haber ido a casa a comer?, por supuesto, pero…
¿y la anécdota?
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