miércoles, 13 de febrero de 2013

San Valentín


El día para vomitar purpurina, llorar estrellas de caramelo y miccionar confeti. El día donde la cursilería desbordante no está mal vista del todo y donde las marcas de chocolate hacen la caja que no conseguirán en todo el verano (porque nadie quiere bombones en verano, te pringas demasiado las manos).

El catorce de febrero, tan querido como repudiado. El porcentaje de gente amante del rosa y los corazones de peluche, es casi tan grande como el de gente que considera ese día como el más propicio para ver una película de zombies mientras come carpaccio.

Novios desesperados buscando flores para no fallar a novias cursis, que exigen un regalo que les demuestre el amor que conlleva la relación que tienen. Eslóganes en todas las tiendas que te invitan a gastarte el dinero en una “mierdacosa” que al día siguiente te vas a arrepentir de haber querido o regalado.

Y para mí, los mejores, las parejas que se regalan cosas de broma y en verdad están esperando ver la reacción del otro. Yo soy una de esas, lo admito. Me meto en los chinos a comprar idioteces para envolverlas y darlas.

Consumismo señores. Consumismo cursi, ñoño y adolescente. Qué manera de involucionar más tierna. Vamos para atrás, sí, pero con peluches y rosas rojas, al más puro estilo teenager.

Yo la verdadera excusa que tengo para celebrarlo es, que es el cumpleaños de una amiga, que ya es mala suerte nacer en la fiesta de cupido, con la de días no-cursis que hay en todo el año.

Lo dicho, muchísimas felicidades colegui.

Y a los enamorados, que os sea leve el catorce. 

viernes, 8 de febrero de 2013

Invierno


Con una taza de té humeante agarrada con las dos manos, sentada en el poyete de la ventana con una manta por encima, viendo cómo llueve y golpean las gotas el asfalto, y a los apresurados peatones que han olvidado sacar el paraguas, y escuchando a Johnny Cash.

Eso es lo que yo disfrutaría de los días de invierno. Y si me añades una chimenea, ya, ni te cuento.

Pero no. Los inviernos en Madrid para el común de los mortales no son una estampa para recordar y disfrutar a todas horas. Hace frío seco, viento incómodo y la lluvia suele no avisar.

 Es traicionero, el Murphy de las estaciones.

 Espera a que te dejes en casa las gafas de sol para brillar más que en agosto en la costa de levante, y basta que te pongas zapatos formales para que diluvie y parezca que vas calzada con una maqueta del arca de Noé.

No parece que tengamos tiempo de sentarnos a ver caer la lluvia, o ganas de quitarnos la bufanda que nos da treinta vueltas al cuello y que podríamos usar para saltar a la comba. Gente que te inspira impulsos homicidas porque casi te saca un ojo con el paraguas, fumar por vicio pero saliendo a la intemperie con desgana. Los planes de noche te los piensas dos veces (que si ropero para el abrigo que te lo cobran como si les pidieras que de paso te lo lavaran en seco, que si con este tiempo mejor plan de "peli", que si andando ni de broma y no tengo para taxis).

Te pones guantes y te debates entre escribir en el whatsapp y jugarte el perder los dedos por congelación, o seguir con ellos puestos. El calor humano del metro ya no te parece tan desagradable y bendices al inventor del nórdico.

El invierno nos trastoca, nos apaga el buen humor constante. Somos gente de cañas, de solazo y de terraza. 

¡Moción de censura a el invierno!



Llegará el verano y volveremos a quejarnos. pero eso de quejarnos por todo también es muy nuestro. Muy mío.