Han pasado ya siete años, pero sigo recordando esta anécdota
con tanto cariño que no dudo en compartirla con vosotros.
Siete años ya, época de los primeros novietes, ese novio que
te parece que es un caballero por pagarte el helado del McDonalds; ese novio del
que querías recibir un mensaje de texto cada seis minutos; ese novio que cuando
te dejó creíste que el mundo se hundía y nunca nunca jamás de los jamases
encontrarías a alguien como él.
Ese chico.
Yo tenía una amiga (y la sigo teniendo. De hecho, cada vez
que estamos juntas alguna saca a relucir esta historia y nos reímos hasta que
una de las dos golpea la mesa como señal de falta de aire) que empezó a salir
con un chico del que estaba “perdidamente enamorada, es que es perfecto” (qué
vueltas da la vida, y menos mal). Dio la casualidad que yo empecé a salir con
mi también “futuro marido y padre de mis hijos” un mes después.
Cuando quedábamos las dos no parábamos de hablar de lo
maravillosos que eran y las “proezas” que hacían para hacernos felices. Vaya,
que nos regalaban una piruleta y eso ya era nuestro tema por lo menos dos días.
Se acercaba el cumpleaños del pájaro que mi amiga tenía como
novio y ella le compró, entre otras cosas, un cinturón bonito a rabiar. Le he
llamado pájaro porque cortó con ella dos semanas más tarde de que ella comprara
los regalos, una semana antes de su cumpleaños. Yo, en un adolescente intento
de animarla, le compré el cinturón para regalárselo a mi noviete. Ella me lo
dio, y poco a poco fue pasando del tema y recuperándose de su primer golpe
amoroso.
Lo que no nos esperábamos era que mi pájaro me dejaría a mí también.
Exactamente dos semanas después de comprarle el cinturón a mi amiga. Anonadas y
“destrozadas y con el corazón roto en mil pedazos mientras escuchábamos Maná
para hundirnos con sus letras de desesperación”, nos tomábamos a broma la
situación y decíamos que ese cinturón había marcado en dos semanas el fin de
nuestros amores.
Me guardé el cinturón para alguna otra ocasión de regalo, la cual se
presentó a los tres meses. Para una amiga de ambas que tenía que hacer un
regalo a su novio. Adivinad quién se quedó sin pareja dos semanas más tarde.
No se lo contamos, no fuera a devolvernos ese cinturón
maldito.
Como he dicho al principio, qué vueltas da la vida y cómo aprendemos a comportarnos con entereza, según pasan los años, ante situaciones que al ocurrirnos por primera vez nos parecen el mundo al completo. El verdadero crecimiento personal parte de estas pequeñas cosas, de aprender del sufrimiento y de atrapar la felicidad.
Aunque yo os advierto, cuidado si alguien os ofrece un cinturón
azul marino, con hebilla plateada y una franja naranja, lleva siete años
destrozando amores en quince días.