domingo, 28 de abril de 2013

Resaca


Tengo en casa un lienzo de más de un metro para pintar, una habitación que parece una post-batalla napoleónica y me pide a gritos que ordene, unos tuppers en la cocina necesitados de relleno para esta semana y un trabajo de fin de carrera perfectamente colocado sobre mi mesa de estudio.

Y yo estoy tirada en el sofá, con el pijama aun puesto (cuatro de la tarde, merezco un aplauso), viendo un programa de trajes de novia y con sensación de resaca.

Digo sensación de resaca porque ayer no bebí más que una botella de agua, y aquí estoy, incapaz de hacer nada de lo que debería o querría hacer un domingo. Lo único que he conseguido hacer, y considero una proeza, es ponerme música de Nina Simone y apagar la tele. Y me he replanteado mis hábitos de vida, pues “si mi cuerpo se cree que tiene resaca, será que le he malacostumbrado”.

A partir de ahora no voy a beber. Saldré de fiesta solo a bailar, pero ya no podré hacer mis bailes ridículos ni aberrantes porque cuando estoy sobria mi propia cordura me lo impide, no cantaré Kamela ni Raphael en los coches de mis amigos con la ventanilla bajada ni imitaré al Chiquito de la calzada.

Me voy a convertir en una señorita hecha y derecha, de esas que son capaces de salir con tacones toda la noche y no quieren amputarse los pies al llegar a casa. Esas que se despiertan y, como llegaron bien a casa, pudieron desmaquillarse y no se han despertado como si la noche anterior hubieran tenido un idilio con el payaso de McDonalds. Esas que recuerdan la noche completa y si se hicieron un moratón saben que fue porque alguien les empujó sin querer y no porque se tragaron la barandilla de la discoteca.

Crearé un grupo de jóvenes intelectuales, nostálgicos del  bluetropic con lima y la granadina con vainilla (si, pillines, sabéis a lo que me refiero) y quedaremos en las discotecas pero para hablar de ciencia y cultura. Impecables, sobrios, correctos. Seremos la envidia del día siguiente de todos aquellos que han intentado tentarnos con su sexto whisky mientras se tiraban al suelo a bailar algo que su subconsciente les hacía creer que era break dance.

Podré aprovechar el domingo para pasear, ir al retiro a patinar como siempre digo que quiero hacer e invitaré a mi familia a comer a mi casa porque la tendré impoluta y encima me habrá dado tiempo a cocinar una paella para siete.

Y seré tan feliz de haber conseguido aprovechar un único domingo, que no me importará volver a mi maravillosa vida de ameba después de una noche de salir de casa en tacones de quince centímetros y volver en bailarinas.

 Ya tendremos tiempo de dejar de hacer el idiota el día que no estemos aquí.



Nota mental: se nos está acabando el J. Walker en casa. Comprad cuanto antes. 

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