Ayer pasé por todos los niveles emocionales que puedes experimentar
cuando algo te desconcierta: lloré, me enfadé, me entristecí, me reí sola, me
calmé. ¿El por qué? Después de realizar un trabajo durante el verano me pagaron
la mitad de lo pactado.
Me quedé helada, no
supe reaccionar (mea culpa, soy una pánfila a la hora de pedir lo mío, nunca he
sabido), me pagaron, di las gracias y me fui maldiciendo a esa gente y toda su
descendencia y ascendencia.
Pero lo que vengo a decir no es lo injusto que es que te
paguen menos de lo que te deben, si no la impotencia de ver cómo menosprecian
el trabajo que realizas.
Vivimos en una sociedad en la que desde la infancia se
inculca un extraño valor extra a determinados estudios o trabajos y se
menosprecia a muchos otros que, indudablemente, son igual de necesarios e importantes
(porque ya me dirán qué narices va a hacer un constructor si no tiene obreros).
Sin duda, no hay mayor satisfacción que dedicarte a lo que
te gusta y te hace feliz, pero si ello implica comentarios que infravaloran lo
que desempeñas con tanto amor y esfuerzo, acabas sufriendo.
Me parece indignante que incluso entre personas del entorno
más cercano haya comentarios tales como “eso lo hago hasta yo”, “menuda
idiotez, ya te quisiera ver yo a ti en mi puesto”. No nos damos cuenta de que
todos los trabajos pueden ser desempeñados por cualquiera de nosotros, pero
cada uno se esfuerza en la medida que le interesa dicho trabajo. Yo sé que en
un despacho sería una infeliz y haría entre poco y nada, pero no por ello me
dirijo a aquellos que trabajan en despachos como “vagos que se pasan el día
sentados ante un ordenador mirando el Facebook”, porque soy consciente de que
no es así. Al igual que no se me ocurre dirigirme a una cajera con aires de
superioridad, a saber cuántas impertinencias tiene que aguantar al día.
Me indigna ver la cara que ponen algunas personas al
preguntarte a qué te dedicas y ver que de tu boca no sale un “soy ingeniero de
minas con un máster en carbón iónico” (Jesús, no creo ni que exista eso).
Deberíamos ser capaces de empatizar, de ver el esfuerzo de
cada puesto de trabajo, por muy fácil que nos parezca.
Por la triste época de consumo que nos ha tocado vivir,
también se valoran los trabajos por el dinero que se gana con ellos. No es poco
habitual oír que alguien estudia algo porque “con eso se gana mucho dinero”, o
gente que no se dedica a lo que querría porque con eso vas a ser un muerto de
hambre.
Hablo desde el conocimiento. Soy maestra y mi respuesta
habitual a “por qué te dedicas a eso” es “para preparar a idiotas como tú para
que lleguen a la universidad, trabajen y estén educados”. Sobra decir que a los que les
respondo esto no fueron muy bien educados.
Creo que ahora, en plena crisis económica, es el momento de
valorar cada puesto, cada trabajo y a cada persona por lo que hace y no por lo
que es (porque también es verdad que no todos realizan su trabajo de igual
forma, pero eso es otro tema). No se consigue un objetivo trabajando
individualmente ni infravalorando a los demás.
Cuando antes nos demos cuenta, mejor irán las cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario