sábado, 8 de septiembre de 2012

la cultura del menosprecio


Ayer pasé por todos los niveles emocionales que puedes experimentar cuando algo te desconcierta: lloré, me enfadé, me entristecí, me reí sola, me calmé. ¿El por qué? Después de realizar un trabajo durante el verano me pagaron la mitad de lo pactado.

 Me quedé helada, no supe reaccionar (mea culpa, soy una pánfila a la hora de pedir lo mío, nunca he sabido), me pagaron, di las gracias y me fui maldiciendo a esa gente y toda su descendencia y ascendencia.

Pero lo que vengo a decir no es lo injusto que es que te paguen menos de lo que te deben, si no la impotencia de ver cómo menosprecian el trabajo que realizas.

Vivimos en una sociedad en la que desde la infancia se inculca un extraño valor extra a determinados estudios o trabajos y se menosprecia a muchos otros que, indudablemente, son igual de necesarios e importantes (porque ya me dirán qué narices va a hacer un constructor si no tiene obreros).

Sin duda, no hay mayor satisfacción que dedicarte a lo que te gusta y te hace feliz, pero si ello implica comentarios que infravaloran lo que desempeñas con tanto amor y esfuerzo, acabas sufriendo.

Me parece indignante que incluso entre personas del entorno más cercano haya comentarios tales como “eso lo hago hasta yo”, “menuda idiotez, ya te quisiera ver yo a ti en mi puesto”. No nos damos cuenta de que todos los trabajos pueden ser desempeñados por cualquiera de nosotros, pero cada uno se esfuerza en la medida que le interesa dicho trabajo. Yo sé que en un despacho sería una infeliz y haría entre poco y nada, pero no por ello me dirijo a aquellos que trabajan en despachos como “vagos que se pasan el día sentados ante un ordenador mirando el Facebook”, porque soy consciente de que no es así. Al igual que no se me ocurre dirigirme a una cajera con aires de superioridad, a saber cuántas impertinencias tiene que aguantar al día.

Me indigna ver la cara que ponen algunas personas al preguntarte a qué te dedicas y ver que de tu boca no sale un “soy ingeniero de minas con un máster en carbón iónico” (Jesús, no creo ni que exista eso).

Deberíamos ser capaces de empatizar, de ver el esfuerzo de cada puesto de trabajo, por muy fácil que nos parezca.

Por la triste época de consumo que nos ha tocado vivir, también se valoran los trabajos por el dinero que se gana con ellos. No es poco habitual oír que alguien estudia algo porque “con eso se gana mucho dinero”, o gente que no se dedica a lo que querría porque con eso vas a ser un muerto de hambre.

Hablo desde el conocimiento. Soy maestra y mi respuesta habitual a “por qué te dedicas a eso” es “para preparar a idiotas como tú para que lleguen a la universidad, trabajen y estén educados”. Sobra decir que a los que les respondo esto no fueron muy bien educados.

Creo que ahora, en plena crisis económica, es el momento de valorar cada puesto, cada trabajo y a cada persona por lo que hace y no por lo que es (porque también es verdad que no todos realizan su trabajo de igual forma, pero eso es otro tema). No se consigue un objetivo trabajando individualmente ni infravalorando a los demás.

Cuando antes nos demos cuenta, mejor irán las cosas. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario