Me da lo mismo blanco
que negro, hombre que mujer, joven que viejo. Un Nobel de la paz no va a la
guerra. Ni amenaza con ella.
Ya basta de justificar la guerra como la forma de llegar a
la calma, todos sabemos que es por intereses económicos y territoriales. Y por
estúpidos enfrentamientos entre unos y otros países de los que se consideran
primeras potencias mundiales.
Vergüenza tendría que darles estar vendiendo armas a los
países más pobres del planeta y luego escandalizarse porque estallan guerras
civiles.
¿A qué nivel de cinismo hemos llegado cuando nos creemos que
podemos llegar a un sitio e imponer nuestras propias normas? ¿Qué es eso de
amenazar con bombardear DURANTE TRES DÍAS una ciudad agotada de sufrir ataques
de sus propios ciudadanos?
Hasta qué punto egoísta hemos llegado si lo único que nos
interesa es el poder (en cualquiera de sus formas) y lo enmascaramos haciendo
creer al resto de la gente que son actos de buena fe.
Y lo que más indignada me tiene… ¿por qué los países
pudientes se comportan como los padres autoritarios de los países más pobres?
Claramente, algo hay que hacer para frenar esta locura de
ataques químicos contra la población civil de Siria, pero la guerra no se acaba
con más guerra. El terror no finaliza
asustando.
Se queda allí para siempre.
Luego todos nos conmovemos con la foto de los niños cabizbajos,
llenos de polvo y con ropas roídas. Pero esa foto no se habría tomado de no ser
porque seguimos peleando con armas y solucionando los conflictos a través de
amenazas.
Uganda, Bosnia, Afganistán. Es llegar el primer mundo,
marear un poco la perdiz, y dejar las cosas peor de lo que estaban. Pero eso
sí, nos contentamos con pensar que la intención es lo que cuenta, ¿no?
Un Nobel de la paz no va a la guerra. Un Nobel de la paz no
amenaza con atacar. Un Nobel de la paz no justifica el sufrimiento.
Un Nobel de la paz con dos dedos de frente devuelve el
premio si no es coherente con él.
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